lunes, 23 de junio de 2014

2

Llegué a casa en una nube y cuando abrí la puerta me recibió mi abuela enfurecida con un bofetón de realidad que paré antes de que ambas nos arrepintiéramos de tal gesto. Entiendo que nunca había hecho nada fuera de control y que todo esto tenía a la familia extrañada y nadie sabía qué hacer. Mi abuela me quería pegar, como lo habría hecho su madre en sus tiempos. Mi hermano estaba enojado y me lanzaba indirectas por mi escandaloso comportamiento. Yo me había limitado a platicar toda la noche, pero él no me creía. Dicen que el león cree que todos son de su condición. Yo tenía 26 años y era más inocente y virgen que las niñas católicas cuando hacen su Primera Comunión. No había modo de convencerlo. Muy su problema.
Mi madre me gritó no sé cuánta cosa. Finalmente mi padre me abrazó con calma y me dijo, -¡Qué bueno que estás bien!
Me explicaron que mi hermano había llegado y se había sorprendido que yo no había llegado. Había esperado y al ver que no llegaba ni hablaba ni nada, había hablado a la casa de Mónica para ver qué pasaba. Se asustó cuando le dijeron que había salido a la medianoche. En aquellos tiempos solo unos cuantos tenían celulares. Yo no era de esas personas. Mi hermano volvió a llamar y nadie sabía nada. También allá se empezaron a preocupar. Y entonces mi hermano preguntó, -¿Y su hijo es de confiar?
Obviamente el padre de aquél hijo, contestó indignado, -¿Y su hermana es de confiar?
Mi hermano llamó a mis papás a Cuernavaca que se regresaron de inmediato. Y mientras tanto, yo feliz en los brazos de aquél.
Estábamos en medio de aquella gran discusión cuando sonó el timbre. Nadie hizo caso. Al rato mi abuelo gritó, -¡Claudia, te hablan!
Mi siempre buena y oportuna amiga Gina había venido por mí porque habíamos quedado en que le iba a ayudar a acomodar sus cosas. Salí corriendo muy a pesar que mi madre estaba que se la llevaba no sé qué o quién.
Le di un gran abrazo a Gina y nos fuimos felices al metro. En el camino le conté lo que había pasado y por un lado se reía mucho y por el otro no me creía nada. Llegamos a su casa y nos pusimos a trabajar. Recuerdo la escoba, la jerga, la cubeta, agua, líquido para trapear y de repente estaba en la cama tendida de Gina rodeada de muchos peluches pequeños que me observaban como liliputienses a Guliver. -Te quedaste dormida-. Me dijo Gina. -Y puse a mis peluches a que te cuidaran. Nos reímos.
Volví a casa y me bañé.
En la noche llegó Rafael por mí.
Mi papá bajó a conocerlo con mi mamá.
En las escaleras mi mamá me dijo, -No me digas que ahora es tu novio.
Realmente no lo sabía, pero al parecer, de la noche a la mañana ya tenía novio.

viernes, 20 de junio de 2014

1.

Lo conocí un 1 de mayo en su casa en una exhibición de cine de Spike Lee. Lo recuerdo perfectamente. Fu extraño cuando lo vi porque tenía una aureola verde que no le he vuelto a ver a nadie. Me cayó bien y me gustó. Parecía muy alegre. Era el hermano de una amiga de la universidad que nos invitó a su casa a ver películas de Spike Lee, el director afroamericano que retrata todas esas problemáticas en New York. Realmente era una trampa para llevar amigas para que su hermano recién divorciado las conociera.
Ese día hubo verduras con aderezo Ranch, agua y toda una muy sana alimentación.
Él no se fijó en mí como primera opción. Le gustó más Janet. Salieron y a ella no le gustó. Se sentía incómoda. Ella me lo contó mientras caminábamos por un pasillo en la facultad. Me sentí feliz de saber que tenía el camino libre, solo faltaba que él se animara.
Se animó. Un sábado mis padres iban a una boda a Cuernavaca y mi hermano iba a la fiesta de su amigo Óscar. Óscar me había invitado personalmente. Yo había contestado el teléfono, Óscar me había reconocido y me había dicho, -Hoy hay una fiesta en mi casa. ¿Quieres venir? Dile a Marco que te traiga.
Pero mi hermano fue muy claro y muy categórico cuando me advirtió, -Óscar me dijo que te llevara a su fiesta, pero estás loca si crees que te voy a llevar. No vas a ir.
No entendí por qué. Óscar y yo nos llevábamos bien. Me llevaba bien con sus amigos del ITAM. El caso es que todos iban a salir menos yo. Me puse a lavar el baño y después, con el cabello tieso y azul por el polvo para lavarlo, me senté a ver la televisión. Estaba en eso cuando volvió a sonar el teléfono. Mi mamá se ponía los aretes, mi papá se ajustaba la corbata, mi hermano se ponía loción. Yo era la única que no tenía nada qué hacer. Me levanté a contestar. Extrañamente era para mí. Mónica me invitaba a una fiesta espontánea en su casa. Yo no sabía que decir. Me dijo, -Por supuesto que mi hermano va por ti y te lleva.
Era lo único que querían saber mis papás. Me dejaron ir. Entonces yo también tuve una razón para salir. Me metí a bañar. Recuerdo que el agua estaba helada. No me importó. No podía ir con el cabello azul. Tenía poco tiempo. Planché la blusa roja, un par de jeans y me puse los aretes de plata nuevos de bolita.
Estaba colocándome el segundo cuando mi abuelo gritó por la escalera, -¡Claudia! ¡Ahí te hablan!
Bajé corriendo las escaleras y luego en el pasillo me calmé y entré a la sala muy tranquila y sonriente. Él se levantó del sofá, me sonrió y se despidió amablemente de mis abuelos.
Nos subimos a su viejo y algo sucio auto azul. Era enorme. Eso era bueno porque yo era sumamente tímida y estaba casi adherida a la puerta mientras él me interrogaba.
Llegamos a su casa y entramos directo a un cuarto atrás de la casa al que él se refirió como "el cuarto de música". Ahí estaba mi amiga de la facultad y muchos desconocidos que eran sus amigos. Eran amistosos. Eran divertidos. Y de repente, ahí entre todos esos extraños surgió un rostro desagradablemente familiar.  -¡Cristina! ¿Qué haces aquí?
-¿Claudia? Mira, él es mi esposo Joaquín.
Era un tipo panzón, prieto, con un corte horrible y apestaba a cerveza. No se parecía en nada al novio alto, delgado, fuerte y muy amable que esa serpiente me había quitado años antes. ¿Por qué me la había venido a encontrar aquí? Procuré no sentarme cerca de ella, pero fuera de los anfitriones era la única otra persona a la que conocía y bueno, realmente no era tan mala persona. Esa noche hasta me cayó bien.
Rafael me rondaba por todas partes. De repente estaba yo sentada en un sillón y él a mis pies me cantaba canciones de Bob Dylan, de repente estaba yo en un sofá y él se tendía cuan largo era y colocaba su cabeza en mi regazo. Yo feliz.
Y así como había empezado esa fiesta así se acabó. De repente, a las 23.00 ya no había nadie. Solo estaba yo, con él, mi amiga y muchos vasos a medio llenar. --Te llevo. Me dijo y de nuevo en el carro azul aquél.
Era apenas medianoche y no quería llegar antes que todo el mundo. Nos quedamos platicando de nada y de todo en el carro. Creo que nos contamos nuestras vidas y de repente amaneció. Fuimos a Chapultepec y esperamos a que el Meridien abriera para desayunar. Rafael padecía de gastritis desde entonces. Después de desayunar me regresó a mi casa. Eran cerca de las 11.00.