Llegué a casa en una nube y cuando abrí la puerta me recibió mi abuela enfurecida con un bofetón de realidad que paré antes de que ambas nos arrepintiéramos de tal gesto. Entiendo que nunca había hecho nada fuera de control y que todo esto tenía a la familia extrañada y nadie sabía qué hacer. Mi abuela me quería pegar, como lo habría hecho su madre en sus tiempos. Mi hermano estaba enojado y me lanzaba indirectas por mi escandaloso comportamiento. Yo me había limitado a platicar toda la noche, pero él no me creía. Dicen que el león cree que todos son de su condición. Yo tenía 26 años y era más inocente y virgen que las niñas católicas cuando hacen su Primera Comunión. No había modo de convencerlo. Muy su problema.
Mi madre me gritó no sé cuánta cosa. Finalmente mi padre me abrazó con calma y me dijo, -¡Qué bueno que estás bien!
Me explicaron que mi hermano había llegado y se había sorprendido que yo no había llegado. Había esperado y al ver que no llegaba ni hablaba ni nada, había hablado a la casa de Mónica para ver qué pasaba. Se asustó cuando le dijeron que había salido a la medianoche. En aquellos tiempos solo unos cuantos tenían celulares. Yo no era de esas personas. Mi hermano volvió a llamar y nadie sabía nada. También allá se empezaron a preocupar. Y entonces mi hermano preguntó, -¿Y su hijo es de confiar?
Obviamente el padre de aquél hijo, contestó indignado, -¿Y su hermana es de confiar?
Mi hermano llamó a mis papás a Cuernavaca que se regresaron de inmediato. Y mientras tanto, yo feliz en los brazos de aquél.
Estábamos en medio de aquella gran discusión cuando sonó el timbre. Nadie hizo caso. Al rato mi abuelo gritó, -¡Claudia, te hablan!
Mi siempre buena y oportuna amiga Gina había venido por mí porque habíamos quedado en que le iba a ayudar a acomodar sus cosas. Salí corriendo muy a pesar que mi madre estaba que se la llevaba no sé qué o quién.
Le di un gran abrazo a Gina y nos fuimos felices al metro. En el camino le conté lo que había pasado y por un lado se reía mucho y por el otro no me creía nada. Llegamos a su casa y nos pusimos a trabajar. Recuerdo la escoba, la jerga, la cubeta, agua, líquido para trapear y de repente estaba en la cama tendida de Gina rodeada de muchos peluches pequeños que me observaban como liliputienses a Guliver. -Te quedaste dormida-. Me dijo Gina. -Y puse a mis peluches a que te cuidaran. Nos reímos.
Volví a casa y me bañé.
En la noche llegó Rafael por mí.
Mi papá bajó a conocerlo con mi mamá.
En las escaleras mi mamá me dijo, -No me digas que ahora es tu novio.
Realmente no lo sabía, pero al parecer, de la noche a la mañana ya tenía novio.
lunes, 23 de junio de 2014
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